UNA PAZ PARA
LA FAMILIA Y PARA COLOMBIA Y EL MUNDO SIN DROGAS NI NARCOTRÁFICO.
BIGURRILLO
EL MARIHUANERO.
Por Carlos
Rey.
El
comportamiento de Bigurrillo, adicto a la marihuana, era extraño. Si tenía su
ración diaria de veinte gramos, se ponía eufórico, de buen humor. Entornaba los
ojos como si soñara despierto. Trataba de pararse de cabeza como si se sintiera
acróbata. Y hasta intentaba pasos de baile muy graciosos.
Pero si no
tenía sus veinte gramos diarios, Bigurrillo se ponía furioso. Corría por toda
la casa, rompía cosas, y mascaba lo que encontraba a su paso, como si fuera una
cabra salvaje. Desde luego, Bigurrillo no era una cabra salvaje, pero tampoco
era un ser humano. Era un conejo que tenía Claudio Lima, de São Paulo, Brasil.
Por cierto que el hombre estaba bajo proceso judicial por maltratar animales.
¡De modo que
la marihuana se ha vuelto tan popular que hasta los animales la están usando!
Claudio Lima indujo a su conejo a comer la hierba, y para proporcionarle su
dosis diaria, llegó a cultivar la marihuana en el traspatio de su casa.
Si bien casi
ninguno de nosotros cultiva plantas de marihuana en la casa, ni jamás se nos
ocurriría hacer tal cosa, como padres y madres responsables que somos debemos
reflexionar sobre el problema que presenta su uso, no en conejos inofensivos
sino en nuestros jóvenes. El uso de marihuana y, peor todavía, de cocaína, de
heroína y de otros estupefacientes, sigue en aumento. El narcotráfico a nivel
mundial está organizado a tal grado de perfección que es casi imposible
neutralizarlo o combatirlo. Sus agentes, que son como lobos disfrazados de
ovejas, distribuyen la droga por todas partes: escuelas, colegios, clubes
deportivos, calles, plazas, parques, playas, discotecas, fuentes de soda, y
cuanto lugar se llena de jóvenes.
La
producción, distribución y venta de marihuana y de otras drogas es algo que es
casi imposible de frenar. Sin embargo, hay algo que sí podemos hacer los padres
y madres que estamos conscientes del tremendo daño que causa. Podemos impedir
que entre a nuestra casa; podemos evitar que atrape a nuestros hijos. Para
lograrlo, necesitamos guardar una vigilancia familiar estricta. Pero además de esto,
necesitamos mantener nosotros mismos un profundo sentido de moral cristiana.
Menos mal
que Dios nunca dispuso que la moral cristiana fuera algo que tuviéramos que
adoptar y mantener solos. Por algo se llama «cristiana»: porque procede de su
Hijo Jesucristo. Cristo quiere establecer en nosotros sus principios y sus
preceptos. Si le permitimos que lo haga, es probable que a los ojos de nuestros
semejantes no seamos tan populares como la marihuana, pero en definitiva
podremos ponerles a nuestros hijos el ejemplo que merecen y que les hace tanta
falta.
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